Adrián Navalón. EPDA Nadie elige nacer en una familia pobre o en una familia rica. Nadie decide nacer alto, guapo y sano o con una enfermedad congénita. Nadie decide nacer en Somalia, en España o en Noruega, ni nadie elige nacer en la calle Colón o en las Casitas Rosas. Nadie elige nacer en una familia donde la mami y el papi sean funcionarios medios o altos o rentistas, o en una familiar donde cuesta llegar a fin de mes y en la que hay que trabajar al cumplir los dieciséis. Dónde y cómo naces y el entorno en el que lo haces, determina en buena medida que va a ser de ti.
Los altavoces mediáticos nos dicen que si te lo curras llegarás lejos, que si haces méritos, te sacas una carrera, y aprendes chino mandarín, ruso e inglés tendrás un buen trabajo (de camarero al servicio del turista rico). Sabemos que esta promesa no se cumple, que es una falacia esto del esfuerzo y la recompensa, sabemos que de cajeros, camareras, repartidores y dependientes supercualificados va la realidad española.
Por otra parte hay que decir una cosa que a mí me parece muy relevante. Esto del mérito y del esfuerzo no va solo de hacer esfuerzos académicos. Muchas madres y padres han hecho esfuerzos titánicos para poder darles a sus hijos la posibilidad de coger el ascensor social, la posibilidad que ellos no tuvieron. Mi padre trabajaba sus 40 horas de mantenimiento y luego en sus ratos libres se iba a instalar calefacciones en chalets para traer posibilidades a casa, mi madre se ha matado a limpiar casas y a levantar cajas de fruta para lo mismo y yo me he pasado casi toda mi vida laboral poniendo copas. Esto han sido esfuerzos de toda la familia, igual que otras muchas familias humildes, para que los hijos pudiéramos estudiar y gozar de las recompensas que a las generaciones anteriores les fueron negadas.
Pues parece que ese ascensor social se ha roto, o eso dicen. Sinceramente yo no creo que se haya roto. Si Pepe se rompe un hueso, o a mí se me rompe la bici, no hay una voluntad de romper, digamos que es una circunstancia no deseada. Sin embargo, el ascensor social no se ha roto, casi diría que apenas se ha puesto en marcha. Si apenas se comenzaban a desarrollar políticas públicas para hacerlo funcionar llegaron los golpes y los boikots neoliberales que se han prolongado durante 40 años y que ahora comenzamos a combatir. No se ha roto, lo han roto...
Lo han roto quienes hasta hace cuatro días mantenían el salario mínimo en 700 euros que era una miseria. Lo han roto desde la reforma laboral de 1984 que convertía el empleo estable en una quimera y las ETT en una realidad (que aún sufrimos). Han roto los sistemas públicos de educación y de salud que sufren tensiones enormes y han sufrido recortes, pero, ¿cómo no vamos a sufrirlos si el capital bancario vende seguros de salud y la Iglesia vende educación concertada? Las élites que han roto el ascensor combaten todo aquello que suene a justicia fiscal, combaten todo aquello que sirva para compensar con servicios como la educación o la sanidad a las familias humildes para que de alguna manera puedan competir con las familias pudientes.
Mientras sigamos viviendo en un sistema capitalista competitivo (que es el marco donde vive la meritocracia y el ascensor social) tendremos que seguir luchando por la igualdad de oportunidades y por hacer del sistema y del Estado aparatos que sirvan para que la gente viva mejor, es decir, que el Estado tiene que ser una pata activa en pro de la igualdad y para ello, sin lugar a dudas, necesitamos de un Estado fuerte, con ingresos y con capacidad redistributiva. No caigamos en la crítica simple de que los impuestos no sirven para nada, al contrario, sí que sirven, lo que no sirve de nada son los ladrones de lo público y los vendedores de la educación y la sanidad. En tu mano está elegir entre quienes quieren privarte de todo y hacerlo todo privado o entre quienes, sin género de dudas, te vamos a defender como ya hemos subiendo salarios o protegiendo los empleos ante la mayor epidemia del último siglo.
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