Susana Gisbert, fiscal y escritora. /EPDA
En
estos días en que niñas y niños vuelven al cole, los informativos y magazines
nos torpedean con imágenes de la supuesta alegría de sus protagonistas.
Criaturitas que, con una sonrisa gigante, dicen estar encantadas volviendo a
las aulas porque volverán a ver a sus amigos. Como si no pudieran verlos sin un
pupitre y una pizarra de por medio.
Y, entre todas esas manifestaciones de
júbilo, aparecía una niña que descolocaba al entrevistador. Le preguntaban si
tenía muchas amigas, y decía que sí, aunque sin muchas ganas. La siguiente
pregunta la formulaba casi como un silogismo: “entonces, tendrás muchas ganas
de volver al cole”. Y la niña, ni corta ni perezosa, dijo tajante “pues no”, Y
yo pensé que por fin hay una niña que me representa. A mí, y a mucha más gente
a la que nadie le pone un micrófono delante.
A mi siempre me sentó como un tiro la
vuelta al cole. Me fastidiaban los anuncios que, desde mitad de agosto, me
amargaban el final de las vacaciones repitiendo eso de “al colegio con alegría”.
Y no es que tuviera especiales problemas en el colegio. Era una muy buena
estudiante, y, sin ser la más popular del mundo, tenía una razonable cantidad
de amigas con las que lo pasaba bien. Pero prefería seguir ganduleando, sin madrugones
ni deberes. Algo tan normal que no sé como no lo dicen quienes son
entrevistados, mochila en ristre, a las puertas de la escuela.
Cuando me tocó el papel de madre en la
función del regreso a las aulas, mi sensación no era distinta. El fin de las
vacaciones de mis hijas también suponía el fin de las mías y, además, llegaba
un carrusel de actividad que siempre me ha agobiado. Comprar el material escolar
y los libros y, lo que es peor, forrarlos. Aun tengo pesadillas donde el papel
adhesivo se me pega por todas partes y las burbujas y arrugas que se me quedan
en los libros acaban por aplastarme. Y mis hijas quejándose de lo mal que me ha
quedado.
Y no era todo. Me atacaba los nervios
esa actividad a la que parecía que nos teníamos que entregar todas las madres
-sí, las madres-, preparar los uniformes. Aunque mis hijas nunca lo llevaron, excepción
hecha de la ropa de deporte, nunca he entendido como se pueden invertir varios
días en sacar del armario unas prendas de ropa que dejaron de usarse dos meses
antes. Ni que hubiera que almidonarlos y ahuecar enaguas y miriñaques.
En fin, un poco de sinceridad. Volver
al cole no es la pera limonera. Se pongan como se pongan.
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