Carlos Gil Celebramos mañana el 41º aniversario de nuestra Constitución, en un tiempo político convulso donde nuestra Carta Magna parece más cuestionada que nunca. El panorama político resultante de la recién estrenada composición del Congreso no permite augurar nada bueno en lo que a estabilidad constitucional se refiere y solo la solidez de nuestra Ley de Leyes puede hacer posible que se supere todo lo que nos queda por ver en los próximos meses.
Hace apenas unas horas en que hemos tenido que escuchar las más variadas y rocambolescas fórmulas de promesa de fidelidad constitucional. No nos engañemos. Esas argucias solo responden a un intento de evitar comprometerse al cumplimiento de la Constitución sin negarse a ello, por ser requisito indispensable para la toma de posesión del puesto de diputado.
Mucho habría que decir del papel de la flamante Presidenta del Congreso y su permisividad a la hora de aceptar fórmulas que no recogen el compromiso básico que debe exigirse a todo representante del Estado. Pero el PSOE no se puede permitir que esa “diversa representación” quede fuera de la Cámara si quiere alcanzar la Presidencia del Gobierno. Todo sea por seguir viendo a Sánchez de Presidente.
Hace ya tiempo que llevamos, entre manos, el debate de si la Constitución ha quedado desfasada o no. En mi opinión, no lo está en absoluto. No deja de ser cierto que, en estos últimos 41 años, la sociedad ha evolucionado y que han resultado necesarias algunas adaptaciones a una realidad cambiante. Pero la esencia del texto, el espíritu constitucional propiamente dicho, queda, afortunadamente, en plena vigencia para un número muy mayoritario de españoles. Lejos de ser una decrépita cuarentona es una cuarentañera que, con solo mantenerse en forma, puede tener una larga vida por delante.
Más que por decir que la Constitución no está a la altura de los tiempos, yo apostaría por decir que la clase política no está a la altura de la Constitución. Al fin y al cabo, la mayor parte de reformas propuestas no son más que una forma de arrimar el ascua a la sardina de cada uno, en una actitud interesada que no responde, en casi ninguno de los casos, al interés general.
Estamos en tiempos de inestabilidad, lo que debería llevarnos a ahondar en la responsabilidad que cada uno tenemos respecto de nuestro Estado y nuestro ordenamiento. Cuarenta y un años de convivencia y democracia bien merecen una reflexión de que, seguramente, las cosas no se hicieron tan mal entonces y que el egoísmo partidista no puede derribar aquello que con tanto esfuerzo y tanta renuncia conseguimos construir entre todos. La Constitución se hace mayor, pero sigue tan sana como siempre.
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