Héctor González. EPDA Recientemente un amigo me comentaba la estupefacción de unos clientes suyos de otra autonomía costera al venir a Valencia y comprobar que la vida de la ciudad no gira en torno al puerto. Ni siquiera, más allá del distrito marítimo, late su corazón urbanita, comercial o cultural al fresco de la brisa del Mediterráneo.
La existencia de Valencia gravita en los aledaños de un extenso tramo seco de río que en la actualidad podemos disfrutar como enorme jardín urbano. Pivota alrededor de un centro administrativo de casi imposible acceso en vehículo privado convertido en expositor ideológico de una gama de contenidos con su sesgo a veces evidente y otras más sutil.
Comienza a perderse esa vida en los lindes de ese cogollo, de lo que dan buena fe las esquelas metamorfoseadas en cartel de ‘se vende’ o ‘se traspasa’ en innumerables bajos de la calle San Vicente o de la propia Colón y su contorno. En los barrios del Carmen y Ruzafa la situación únicamente se edulcora por la multiplicación de bares y restaurantes.
Sí, podríamos replicar, si atendemos al argumento oficial para, por ejemplo, descentralizar la iluminación navideña, que ha mejorado la apuesta por los barrios. Quizás en luces festivas, aunque no en el fulgor de las farolas a lo largo de todo el año.
Tampoco, si paseamos por Benicalap, Orriols, Malilla, Tres Forques o Canyamelar, se percibe un apogeo de espacios verdes, una mayor limpieza o un bullicio de locales diversos, aparte de iniciativas contadas y particulares.
Y si el centro resulta de difícil acceso y con un atractivo en regresión más allá de para los grupos de turistas a pie, o en bici invadiendo aceras sin contemplación ni sanción, la ciudadanía tiende a refugiarse en sus barrios y a reclamar mejoras para ellos.
A acentuar su orgullo de ser del Cabanyal o de Campanar y no tanto de Valencia. Circunstancia que se multiplica en la populosa pedanía de Benimàmet, que no ceja en su empeño por independizarse, o en otras más alejadas como Massarrochos o Pinedo.
Valencia es una ciudad donde vivir. De acuerdo. Aunque también representa un sentimiento de pertenencia a una sociedad y espacio concretos.
Y cuando entra en declive esa percepción, la propia noción de utilidad de cohabitar en la misma urbe se tambalea.
Pese a todo, yo me siento de Valencia.
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